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sábado, 4 de enero de 2014

EL AÑO NUEVO Y LA CONSECUCIÓN EXITOSA DE NUEVAS METAS

Con la llegada de un nuevo año surge la ilusión de marcarse metas u objetivos a perseguir durante los siguientes 365 días. Pero ¿por qué este afán por iniciar el camino  con una nueva perspectiva? Afrontar el nuevo año con nuevos objetivos es una forma de mejorar el nivel de autoestima y de dar un empujón a nuestro día a día. Pero para que la consecución de esos objetivos acabe en éxito es imprescindible tener una actitud optimista y un buen análisis de qué queremos conseguir y cómo lo vamos a hacer.

A lo largo del año intentamos ser constantes en determinadas actividades pero en muchas ocasiones nos acaba invadiendo la apatía y la desmotivación, haciendo que no seamos  constantes o que ni siquiera empecemos las cosas que nos hemos impuesto. Es más, en ocasiones pretendemos hacer  demasiadas cosas, marcándonos muchos retos o metas a lograr y que suponen mucho esfuerzo, sobre todo cuando nuestro estado  de ánimo  está más bajo.   Esto puede provocar mucha frustración y desánimo, haciéndonos abandonar el objetivo al primer fracaso.

A veces la propia impulsividad que caracteriza a muchas personas hace que sea difícil ser constante en las actividades, se pasa de una meta a la otra, de una actividad a otra diferente de manera desordenada sin ninguna disciplina. Si a esto le sumamos  una falta de optimismo, hace que veamos nuestras propias limitaciones como una falta de aptitud, o que al no cumplir una tarea u objetivo nos veamos como fracasados y la abandonemos. Es necesario conocer nuestras limitaciones y las que a nivel de tiempo y espacio tenemos, para ser capaces de marcarnos objetivos realistas y alcanzables. Es mucho mejor hacer ejercicio una o dos veces a la semana que no hacerlo nunca porque nos propusimos ir todos los días al gimnasio, en un horario poco atractivo y que, al no poder cumplirlo, nos vengamos abajo y abandonemos con sensación de fracaso.

¿Y cómo debemos marcarnos las metas que pretendemos alcanzar? Pues es importante en este sentido, una vez más, el optimismo. La manera en que interactuamos con el mundo cuando mantenemos una actitud optimista nos permite:

·         Gestionar mejor nuestros objetivos porque nos marcamos metas realistas y descartamos aquello que no podemos hacer (no nos debemos centrar en lo que queremos hacer, sino en lo que está dentro de nuestras posibilidades).
·         Gestionamos mejor nuestros fallos porque los fracasos no los atribuimos a nosotros mismos sino a una mala decisión del objetivo (ya sea en el qué, el cómo o el cuándo), y sabemos analizar los motivos externos que han podido contribuir a los problemas (puede ser por falta de tiempo, que la tarea requiera un esfuerzo excesivo para nuestra capacidad, un cansancio importante, el cambio de rutinas habituales por cuestiones familiares o laborales, etc.…).


Por ello, sentarnos a pensar qué queremos conseguir con nuestra meta, qué posibilidades de tiempo y espacio le puedo dedicar,  y qué capacidades tengo para cumplirlo es esencial para nuestro éxito. En base a eso es mucho mejor marcarse pequeños objetivos que puedan irse ampliando una vez que vayamos consiguiéndolos,  que de primeras buscar un resultado demasiado ambicioso que nos pueda  hacer tropezar y abandonar a la primera de cambio. Para entenderlo, tan sencillo como analizar como subimos las escaleras: es mucho más fácil subir los escalones de uno en uno que de cinco en cinco. No podemos subir de diez en diez porque fracasaremos seguro, pero  quizá haya gente que pueda subir de dos en dos  aunque a nosotros nos suponga un esfuerzo excesivo. Ahí radica la importancia de ser conscientes de nuestras propias limitaciones y capacidades para poder adecuar a ellas nuestro ritmo y nuestras ilusiones en la consecución de nuestro objetivo.

Raquel Gutiérrez Gilarranz
Neuropsicóloga Unidad de Memoria Entrenamiento Cerebral