Con la llegada de un nuevo año
surge la ilusión de marcarse metas u objetivos a perseguir durante los
siguientes 365 días. Pero ¿por qué este afán por iniciar el camino con una nueva perspectiva? Afrontar el nuevo
año con nuevos objetivos es una forma de mejorar el nivel de autoestima y de
dar un empujón a nuestro día a día. Pero para que la consecución de esos
objetivos acabe en éxito es imprescindible tener una actitud optimista y un
buen análisis de qué queremos conseguir y cómo lo vamos a hacer.
A lo largo del año intentamos ser
constantes en determinadas actividades pero en muchas ocasiones nos acaba
invadiendo la apatía y la desmotivación, haciendo que no seamos constantes o que ni siquiera empecemos las
cosas que nos hemos impuesto. Es más, en ocasiones pretendemos hacer demasiadas cosas, marcándonos muchos retos o
metas a lograr y que suponen mucho esfuerzo, sobre todo cuando nuestro
estado de ánimo está más bajo. Esto puede provocar mucha frustración y
desánimo, haciéndonos abandonar el
objetivo al primer fracaso.
A veces la propia impulsividad
que caracteriza a muchas personas hace que sea difícil ser constante en las
actividades, se pasa de una meta a la otra, de una actividad a otra diferente
de manera desordenada sin ninguna disciplina. Si a esto le sumamos una falta de optimismo, hace que veamos
nuestras propias limitaciones como una falta de aptitud, o que al no cumplir
una tarea u objetivo nos veamos como fracasados y la abandonemos. Es necesario
conocer nuestras limitaciones y las que a nivel de tiempo y espacio tenemos,
para ser capaces de marcarnos objetivos realistas y alcanzables. Es mucho mejor
hacer ejercicio una o dos veces a la semana que no hacerlo nunca porque nos propusimos
ir todos los días al gimnasio, en un horario poco atractivo y que, al no poder
cumplirlo, nos vengamos abajo y abandonemos con sensación de fracaso.
¿Y cómo debemos marcarnos las
metas que pretendemos alcanzar? Pues es importante en este sentido, una vez
más, el optimismo. La manera en que interactuamos con el mundo cuando
mantenemos una actitud optimista nos permite:
·
Gestionar mejor nuestros objetivos porque
nos marcamos metas realistas y descartamos
aquello que no podemos hacer (no nos debemos centrar en lo que queremos
hacer, sino en lo que está dentro de nuestras posibilidades).
·
Gestionamos mejor nuestros fallos porque los fracasos no los atribuimos a nosotros
mismos sino a una mala decisión del objetivo (ya sea en el qué, el cómo o
el cuándo), y sabemos analizar los motivos externos que han podido contribuir a
los problemas (puede ser por falta de tiempo, que la tarea requiera un esfuerzo
excesivo para nuestra capacidad, un cansancio importante, el cambio de rutinas
habituales por cuestiones familiares o laborales, etc.…).
Por ello, sentarnos a pensar qué
queremos conseguir con nuestra meta, qué posibilidades de tiempo y espacio le
puedo dedicar, y qué capacidades tengo
para cumplirlo es esencial para nuestro éxito. En base a eso es mucho mejor
marcarse pequeños objetivos que puedan irse ampliando una vez que vayamos
consiguiéndolos, que de primeras buscar
un resultado demasiado ambicioso que nos pueda hacer tropezar y abandonar a la primera de
cambio. Para entenderlo, tan sencillo como analizar como subimos las escaleras:
es mucho más fácil subir los escalones de uno en uno que de cinco en cinco. No
podemos subir de diez en diez porque fracasaremos seguro, pero quizá haya gente que pueda subir de dos en
dos aunque a nosotros nos suponga un esfuerzo
excesivo. Ahí radica la importancia de ser conscientes de nuestras propias
limitaciones y capacidades para poder adecuar a ellas nuestro ritmo y nuestras
ilusiones en la consecución de nuestro objetivo.
Raquel Gutiérrez Gilarranz
Neuropsicóloga Unidad de Memoria Entrenamiento Cerebral